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Columnistas

¿Por qué un violador no es un “monstruo”?

violador

Por Feminacida

La noticia la escuchamos todxs: el lunes pasado, un grupo de jóvenes violó a una chica de 20 años en un auto en el barrio de Palermo. Desde entonces, canales de televisión, radios, chats de WhatsApp y redes sociales fueron escenario de incontables análisis, opiniones, algunas que hubiéramos preferido no escuchar, y detalles acerca del caso. Pero además del repudio generalizado, el caso dejó varias aristas para reflexionar: ¿por qué decimos una y otra vez que los abusadores “no son monstruos”? ¿De qué herramientas podemos valernos para intentar entenderlo? ¿Cómo vuelve a tomar relevancia la implementación de la ESI?

¿No son monstruos?

Desde que se conoció lo sucedido, una misma idea se repitió hasta el cansancio: una violación no puede ser catalogada como “en manada”. Este término ya se había utilizado en otros casos, como el de los “hijos del poder” que abusaron sexualmente de una joven en Chubut en 2012, y que comenzó a ser juzgado recientemente, o el de los varones que abusaron de una mujer española en el festejo de San Fermín en 2016.

Sin embargo, pensar que un violador es una bestia monstruosa o alguien misterioso que se asoma por entre las sombras de un callejón sin salida tan sólo niega lo que mujeres y disidencias confirmamos cotidianamente en nuestras vidas: quienes nos abusan son tíos, amigos, hermanos, compañeros de trabajo. La idea de “manada” animaliza un hecho que nos gustaría que fuese atípico, pero que la realidad nos muestra que no lo es.

Es por esto que los movimientos feministas trabajamos para desnaturalizar lo que se nos aparece como evidente, el orden establecido: porque sabemos que este es inherentemente patriarcal y machista, y que las violencias hacia mujeres y disidencias son el resultado del funcionamiento estructural de nuestra sociedad.

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El violador no es un desviado sino un moralizador, alguien que está enseñando a la mujer a colocarse en la posición que le es debida en la sociedad, a ocupar el lugar que le corresponde, que es un lugar de subordinación, de disponibilidad de su cuerpo”, dijo la antropóloga feminista Rita Segato en Radio Con Vos a raíz de este caso.

Utilizar la palabra manada en estos casos solamente refuerza el vínculo con lo no-humano y pone a estos grupos más allá del contrato social, como si fuesen extraños a las reglas que nos rigen a todes, cuando no es así. El mismo mecanismo opera cuando se los trata de “enfermos”.

Cuando el enojo no alcanza

Ahora bien, ¿qué hacemos con la bronca y la impotencia? Sin dudas, estas emociones se nos hacen presentes automáticamente cuando nos enteramos de agresiones como esta. Levante la mano quién no pensó en dejarse llevar por la ira y “romper todo”, ¿no?

El problema es que la problemática que enfrentamos requiere de otras estrategias. Claro que entendemos el enojo, pero las raíces de la violencia machista se extienden de una forma mucho más profunda, y la respuesta o la búsqueda de una, tiene que ser igualmente profunda.

El reclamo por una justicia con perspectiva de género es una primera respuesta para asegurarse de que la sobreviviente obtenga un resarcimiento digno y un trato cuidado luego de lo que vivió. Sin embargo, a nivel colectivo la situación es más compleja, porque no alcanza con la solución punitiva que hoy castiga a estas seis personas, pero perpetúa un sistema violento y patriarcal.

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Para Segato, es necesario desmontar el mandato de masculinidad, es decir, desarmar la estructura que hace que estos hechos se repitan una y otra vez. “Están violando para mostrar algo a los ojos de los otros, y tienen que mostrarlo porque así serán capaces de pertenecer a la organización corporativa que llamamos masculinidad. Serán titulados y estarán obedeciendo a alguien que dentro de ese grupo es el macho alfa, que puede estar inclusive ausente”, sostuvo en la entrevista.

¿Cómo lo hacemos? Eso es lo que debemos preguntarnos. Y en eso estamos.

La ESI, nuestra aliada

Si bien, como habrán visto, no tenemos todas las respuestas, sí contamos con algunas pistas de por dónde ir. En principio, creemos que es indispensable entender que la violencia de género no es un “tema de mujeres”. Necesitamos que los varones también se involucren, que comiencen a conversar entre ellos, que se hagan preguntas y repiensen sus prácticas en todos los niveles y dimensiones. Esta es una invitación a que se sientan interpelados, que reconozcan de qué manera fueron socializados y que podamos entender que la salida es entre todxs.

La Educación Sexual Integral también es fundamental para cambiar poco a poco las estructuras patriarcales que nos atraviesan. Educar a les niñes desde pequeñes con otras formas de entender los roles de género, el respeto por les otres y la afectividad, permitirá ampliar sus horizontes de posibilidades y crear otros mundos. Para nosotras, este es uno de los caminos para criar varones que detenten una masculinidad sin violencia.