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Columnistas

Una tarjeta Postviaje para volver de las vacaciones

Por Patricio Barton

Irse siempre es más fácil que volver. Y con el cambio de quincena de enero, la exitosa temporada de verano alcanza su clímax de ida y vuelta.

Para ir estuvo la facilidad del Previaje. Para volver habría que ir pensando en una tarjeta de Postviaje. Un plan de contención estatal para atender las vicisitudes de los que vuelven de vacaciones y se enfrentan al desamparo clásico de los regresos.

Hay una moral del veraneante que no está escrita en ninguna parte –como corresponde a las morales más eficaces- pero que se cumple a rajatabla: el que se fue de vacaciones debe volver renovado. Es su deber. Aunque no se entienda muy bien qué es lo que eso significa (la “renovación” como concepto global ha dado numerosas muestras de fracaso: lo que no cambia se renueva, por eso no cambia).

Habría que pensar en un Postviaje, un plan de contención estatal para atender las vicisitudes de los que vuelven de vacaciones y se enfrentan al desamparo clásico de los regresos.

El veraneante que vuelve “renovado” acude a su lugar de trabajo con un semblante que sólo dura unos días. Bronceado, con el rostro puesto en pausa sonriendo para la foto y una ansiedad optimista, saluda a todos los que aún no han salido de vacaciones. Está predispuesto a contar detalles del viaje y para eso comparte alfajores regionales que trajo del lugar visitado.

No existe lugar de la Argentina, al que uno vaya o del que uno vuelva, que no tenga sus alfajores regionales. ¿Cómo puede ser regional algo que está en todas partes? Es una pregunta que dejaremos en suspenso, porque ahora es el veraneante volvedor quien espera que le pregunten todo sobre el viaje.

Pero su antagonista (el ser de semblante gris que todavía no se tomó vacaciones, se quedó en la ciudad y soportó la ola de calor con cortes de luz) le dispara la peor de las preguntas: ¿Te habías ido?

Los que se van (de vacaciones) sin que los echen vuelven sin que los recuerden. El veraneante recién llegado – que se ha tomado la molestia de editar su vida en Instagram con los mejores filtros disponibles- no está preparado para impactos psicológicos de esta envergadura. El poco saldo que le quedó en su cuenta de Previaje no le servirá para paliar este desagradable momento.

El veraneante vuelve “renovado” a su lugar de trabajo. Bronceado, con el rostro puesto en pausa sonriendo para la foto y una ansiedad optimista.

Por eso la necesidad de una tarjeta de Postviaje que permita cubrir gastos propios de los avatares del regreso. La cobertura ya no será en locales gastronómicos y servicios turísticos, sino en farmacias, en prestadores de salud y en bebidas espirituosas que propicien el olvido.

La fallida idea de la renovación sobre la que el veraneante ha ido trabajando a lo largo de sus vacaciones le ha hecho creer que las cosas cambiaron.

Y en su regreso espera ver estaciones de subte recientemente inauguradas, nuevos comercios en el barrio, árboles plantados y crecidos allí donde hacía falta sombra y belleza, y hasta en su colmo máximo de optimismo quizás también se haya animado a soñar con el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento finalmente concretado. Pero nada cambió.

Sólo pasó una quincena. Y hasta este columnista sigue siendo el mismo.