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Columnistas

Lo que jode es la inclusión

lenguaje inclusivo

Por Feminacida

Las abogadas Patricia Alejandra Paternesi y Cynthia Roxana Ginni presentaron un proyecto de ley en la Cámara de Diputados que busca prohibir el lenguaje inclusivo en el uso de documentos y actos oficiales y de establecimientos educativos. ¿Por qué genera tal resistencia el uso de una “x” o una “e”? ¿Cuáles son los principales argumentos en los que se apoyan quienes se oponen a esta práctica? ¿Cuál es la postura de los feminismos en este debate?

Esta iniciativa, que cuenta con una fuerte adhesión de Félix Lonigro, un abogado constitucionalista y activo militante contra los derechos de las mujeres y disidencias, volvió a poner en agenda irónicamente uno de los temas que más ofuscan a los sectores conservadores de la sociedad. Esta vez, la intención es prohibir el lenguaje inclusivo “en cualquiera de sus formas”, es decir, el uso de la “x”, “e” y “@”, en todos los documentos y/o actos oficiales emitidos por los tres poderes del Estado, así como en las escuelas y otros establecimientos educativos.

En la misma línea, Alicia María Zorrilla, presidenta de la Academia Argentina de Letras (AAL), escribió un comunicado en el cual aseguró que “el masculino genérico o masculino gramatical ya es inclusivo”. Allí, ejemplificó: “Si se dice ‘los hombres no son inmortales’ o ‘el hombre no es inmortal’, se sabe que ese sustantivo hombre, en singular o en plural, se refiere a todos los humanos, mujeres y varones, pues, si solo se refiriera a los varones, cabría la posibilidad de que las mujeres sí lo fueran y vivieran eternamente”.

Ni “imposición” ni “prohibición”

“Una estupidez”, “una aberración”, “algo insólito”, “capricho snob”, “irrespetuoso”, “engorroso”, “incorrecto” y “feo”, son tan solo algunos de los argumentos de quienes se oponen al lenguaje inclusivo. Como suele suceder, este debate terminó polarizado en términos de “imposición o prohibición”. Pero ¿por qué no nos detenemos a tratar de oír argumentos, en lugar de gritar opiniones citando a Borges y a la Real Academia Española (RAE)? ¿Qué pasaría si se pusiera en valor la voz de quienes están denunciando que no se sienten parte del binarismo de nuestra lengua?

Carolina Tosi, Doctora en Letras, afirmó en la presentación del libro “Lenguaje inclusivo y ESI”, que escribió junto a Valeria Saer, que no cree que estas transformaciones representen hoy un cambio lingüístico, ya que para esto deberían pasar al menos algunas décadas. “Por ahora lo que veo es que es una intervención discursiva, con marcas disruptivas, que provocan diferentes efectos de sentido. Ahí es donde está su potencia”, afirmó. Desde esta perspectiva, es justamente por no estar todavía cristalizado en la lengua que el lenguaje inclusivo cumple su función de interpelar.

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“No podés usarlo, pero tampoco tenés que rezar”, le dijeron a Laura cuando la contrataron como docente de secundaria en un colegio privado. Guadalupe, también docente, pero de un jardín maternal católico, agrega que en su caso lo tiene directamente prohibido. “La forma que encontré de sortear esta disposición es diciendo ‘nenas y nenes’, aunque siempre queda corto. El sistema educativo es bastante binario. Por más de que tratemos de romper los estereotipos, en estos espacios se siguen reproduciendo”, sostiene a Diario Con Vos.

Según muestran los distintos testimonios, lejos está esta práctica de buscar imponerse formalmente en las instituciones estatales; mucho menos las privadas. Sin embargo, su uso es cada vez más frecuente, tanto en esos sectores como en el espacio público. Camila, estudiante de Letras en la Universidad Nacional de La Plata, afirma que dentro de la facultad se utiliza sobre todo en los grupos de WhatsApp entre compañeres, y que algunes profesores lo implementan en las presentaciones iniciales, pero no la oralidad y en los trabajos escritos más formales.

Existir por fuera del binomio

Existen muchas identidades que se perciben por fuera del binarismo hombre-mujer. Quienes se autoperciben como “no binaries” son el ejemplo perfecto para dar cuenta de que, muchas veces, la lengua resulta insuficiente ante el dinamismo social y cultural. Por eso, los feminismos y los movimientos LGTTBIQ+ comenzaron a impulsar nuevas maneras de nombrar estas identidades sin invisibilizarlas.

El argumento de que el genérico masculino también contempla a las identidades que existen por fuera del binarismo es al menos dudoso. En todo caso, en lugar de retomar las voces de Vargas Llosa y García Márquez para saber si elles se sienten o no cómodes con la lengua tal como está, no estaría de más escucharles. Este debate no debería poner el foco en valores como el prestigio y el buen manejo del lenguaje, sino en la intención de ampliar derechos y garantizar aquellos que ya existen. A menos de que lo que en realidad moleste sea la inclusión.

Hacia un lenguaje más justo

Otro de los argumentos de quienes se posicionan a favor de la pureza de la lengua es que sería necesario que transcurra un tiempo prudente para realizar cambios estructurales en sus manuales. Lo cual es curioso, ya que su intención de prohibirlo sería una dificultad para su expansión y perdurabilidad. Aunque es sabido que esta estrategia suele ser poco eficaz a sus fines punitivistas.

En la actualidad, la utilización del lenguaje inclusivo implica una decisión política de reivindicar identidades escondidas bajo el concepto universalista y homogeneizante de “el hombre”. El binarismo es violento, y también lo es pretender cuidar una institución como la lengua castellana, que en nombre de la economía del lenguaje evita mencionar a la mitad del binomio (y aún más a quienes se perciben por fuera).

Lo que las posturas como la de Alicia María Zorrilla no tienen en cuenta es que el lenguaje inclusivo es justamente la denuncia de que esta inclusión “natural” del masculino invisibiliza la enorme desigualdad social entre hombres y mujeres y disidencias. Estas transformaciones del lenguaje nos brindan una herramienta política para visibilizar identidades que aún son escondidas bajo los inclusivísimos genéricos masculinos (“todos nosotros”) que acaparan nuestra lengua. Esto no es algo que ignoren quienes buscan prohibirlo; por el contrario, advierten que esta práctica está cargada de intención política y de ideología. El problema es que piensan que el lenguaje tradicional no lo está.

Desde los feminismos, hemos elegido cuidadosamente las estrategias para pelear por los derechos que nos fueron negados como mujeres y disidencias y para nombrar a quienes no fueron nombrades. Sin embargo, así como la resistencia a una ley para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo se colgó cuanto pudo de las explicaciones biologicistas, igual sucede ahora con les expertes en lingüística.

La pregunta que resuena es si la enorme resistencia que provoca este cambio en el uso de la lengua se relaciona realmente con una búsqueda de “proteger las instituciones” de modificaciones “innecesarias”, o si en realidad lo que jode es la inclusión.