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Columnistas

El sueño de Messi

Por Federico Yañez

“Mirá lo que ganó el Cholo, qué bien que apuró, Bati, Bati, Bati, Bati, Bati, humille Bati, gooooool”. La voz de Marcelo Araujo, el relator que fue la banda de sonido del fútbol televisado en los años ´90, describió rápidamente lo que pasó: Diego Simeone desbordó por derecha, se fue la pelota al lateral, el defensor mexicano no siguió la jugada, el Cholo sacó rápido y Gabriel Omar Batistuta –¿quién si no?– la tomó, enganchó y de zurda puso el 2–1 contra México para ganar la Copa América de Ecuador de 1993, el último trofeo que ganó el seleccionado masculino de mayores, hace ya 28 años.

Lionel Messi había cumplido 6 años dos semanas antes, todavía no corría esquivando chicos con una pelota más grande que él ni habían detectado que tenía un déficit en su hormona de crecimiento que le impedía desarrollarse. Argentina había conseguido en siete años un título y un subcampeonato mundial, dos Copas América sobre cuatro jugadas y en el horizonte estaba el Mundial de EE.UU. 1994. Para los chicos que crecieron –crecimos– en esa década parecía que el seleccionado iba a ser el dueño del mundo por años. Spoiler alert: no pasó. Encima se retiró Diego Maradona y nada hacía pensar que desde 1995 el seleccionado iba a perder la siete finales que jugó, la más dolorosa, la del Mundial 2014, una de las cuatro que jugó Messi. 

Casi a modo de arenga o de reconocer el favoritismo ajeno, el capitán dio una declaración días antes del debut en la Copa América 2021 que puede llegar a ser premonitoria. “Tenemos claro ya cuál es nuestra idea. La mayor parte del bloque hace mucho tiempo que juega junto. Se van incorporando algunas caras nuevas, pero la idea de juego de la selección es bastante clara. Es el momento de dar un golpe y esta Copa América es una buena posibilidad”. Hace dos años, tras la eliminación en semifinales, Messi peló una faceta maradoneana cuando denunció corrupción y arreglos para que ganara Brasil, que cumplió con el trámite contra Perú. 

Si Messi es Batman, el arquero y Rodrigo De Paul asumieron el rol de Robin.

Desde su debut fallido contra Hungría en 2005, Messi fue dirigido por nueve entrenadores y con cuatro llegó al último partido. En esta Copa América tuvo su actuación más completa, no necesariamente jugó sus mejores partidos, pero sí donde su peso específico fue absoluto: cuatro goles sobre once y cinco asistencias, para ser además el goleador del torneo. Asumió su liderazgo como nunca y eso lo llevó, por ejemplo, a jugar todos los minutos e incluso en exponer su físico en los cierres de los partidos contra Uruguay, Paraguay y Ecuador. Desde los números superó los 147 partidos de Javier Mascherano como jugador con más presencias y llegó a los 76 goles. Con uno más empatará a Pelé como el sudamericano que más veces anotó con su seleccionado. También se pudo ver su lado pendenciero cuando la cámara exclusiva de TyC Sports registró el momento donde provocaba al colombiano Yerry Mina luego de que Emiliano Martínez le tapara su penal. 

https://youtu.be/2bC44BDyRho

Si Messi es Batman, el arquero y Rodrigo De Paul asumieron el rol de Robin. Dibu, un desconocido para el futbolero medio, venía de ser el mejor arquero de la Premier League en su primera temporada en Aston Vila, tras años de alternar en Arsenal y su trash talking contra Colombia lo puso en el radar. El nuevo jugador de Atlético Madrid es quien mejor lo secunda de la nueva generación y quien trata de absorber parte de la presión. Sin embargo, si hablamos de socios, de la vieja guardia solo quedan dos: el Kun Agüero, con pocos minutos, pero una asistencia deliciosa contra Bolivia, y Angel Di María, relegado al banco de suplentes, pero con ingresos importantes en los segundos tiempos. Para ellos tres una victoria sería poder exorcizar la angustia acumulada.

En esta Copa América tuvo su actuación más completa. Su peso específico fue absoluto: cuatro goles sobre once y cinco asistencias, para ser el goleador del torneo. Asumió su liderazgo como nunca.

En 2007 poco pudo hacer Messi contra un Brasil muletto que ya ganaba desde los cuatro minutos e impuso condiciones siempre en Maracaibo. La eliminación de 2011 en Santa Fe le dejó una cortina de silbidos que fue difícil de asimilar y olvidar. En 2015 comandó el último ataque contra Chile y se la pasó a Ezequiel Lavezzi que tenía tres opciones: patear al arco, cruzar para Gonzalo Higuaín o devolvérsela a él que venía de frente. El Pocho optó por la segunda y ya en los penales metió el suyo, pero el Pipa y Banega erraron y el festejo no pudo ser. Al año siguiente el que falló fue él, que pateó el primer penal luego del de Arturo Vidal, que no había convertido. El llanto y posterior renuncia en New Jersey presagiaban año aciagos. Pero volvió.

La decisión de la Conmbeol de sacarle la sede a Colombia y del gobierno de Alberto Fernández de bajar a Argentina dejó el escenario librado a dos posibilidades: cancelar la Copa América o hacerla en Brasil, el país con mayor cantidad de contagios y muertes por coronavirus, cuyo presidente llevó la política más negligente del continente. Al seleccionado no le gustó la elección porque temen que pase lo que ocurrió en 2019: que ante la duda se favorezca a Brasil.

Esta final, la quinta de la historia entre argentinos y brasileros, es el mejor escenario que le pudo tocar a la Conmebol en el contexto de un torneo sin público, campos en mal estado y cuyo contraste se nota aún más con la Eurocopa que se juega en paralelo. Ayer se conoció que la municipalidad de Río de Janeiro autorizó la presencia de 5.500 personas, entre ellas 2.200 argentinos con residencia en Brasil y PCR negativo. El duelo Messi–Neymar agrega un factor de atracción grande, sobre todo porque ninguno de los dos pudo ganarla. Hace dos años el jugador del PSG se bajó a último momento por lesión, al tiempo que explotaba una denuncia por supuesto abuso sexual en su contra, que luego se cayó. Para Ney también es una manera de “matar al padre”, cosa que todavía no ha podido hacer. Será la segunda vez que se encuentren en una definición y la primera no le dejó buen sabor de boca. Barcelona masacró al Santos en la final del Mundial de Clubes de 2011 por 4–0 con dos goles del rosarino. “Hoy nos enseñaron a jugar al fútbol”, fue la sentencia del brasilero a quien postulaban como el sucesor de un Messi que recién tenía 24 años. 

Los números en la previa son apabullantes, sobre todo en contra de Argentina. Solo en el siglo XXI la verdeamarela ganó las siete finales que jugó, tres de ellas contra Argentina, mientras que para el seleccionado el saldo es de cero sobre seis, que son siete si agregamos la final de la Copa de la Confederaciones de 1995, la primera luego de 1993. La última derrota oficial del equipo de Tite fue contra Bélgica por los cuartos de final del Mundial 2018, aunque en noviembre de 2019 el equipo de Lionel Scaloni le ganó 1–0 en un amistoso en Arabia Saudita con gol de Messi, mientras que para el entrenador argentino las semifinales de la Copa de 2019 contra Brasil fue la última caída. 

Si Argentina llegara a ganar la final de la Copa América en el estadio Maracaná contra Brasil, sería una de las victorias más importantes de la historia del seleccionado masculino, solo por debajo de los dos títulos mundiales. El rival y el marco le agregan un potencial imposible de medir, sobre todo porque desde que se inauguró el estadio Mario Filho, Brasil solo ha perdido una vez por partidos oficiales, contra Uruguay en el Mundial de 1950, el Maracanazo, el golpe más grande en la historia del fútbol mundial. Messi está a tiro de dar el suyo.