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Columnistas

Lanata: la fábrica televisiva de memes

Lanata

Por Daniel Rosso y Sergio Rosso

En el primer programa de PPT apareció Jorge Lanata luciendo un traje con gruesas rayas rojas, negras y verdes oscuras. Parecía la versión psicodélica de un presidiario. En la segunda emisión, el periodista vuelve a llevar un traje a rayas. Conducidos por la imaginación, podríamos suponer que algunas de sus denuncias extraviaron su ruta y, reproduciendo el trayecto de un boomerang, volvieron a su origen impactando sobre el denunciante.

Sería el inconsciente de un conductor televisivo fantaseando con condenarse a sí mismo. El viejo Lanata de la revista El Porteño contra el nuevo Lanata del Grupo Clarín.

Pero no fue lo único circular en el primer PPT de 2021 porque, al cumplirse sus diez años al aire, fue un programa sobre el programa.

El maestro, con sus discípulos televisivos a su alrededor, produciendo una memoria grupal de sus trasgresiones.

En el centro de ese ritual, el conductor, un especialista en desordenar géneros, formatos y clasificaciones semióticas. En la segunda entrega, otra vez ese ejercicio sobre ellos mismos: la imitación del entonces Jefe de Gabinete de la Nación, Jorge Capitanich, por Oggi Junco hacia el año 2012. En los dos casos, Lanata recordándose a sí mismo.

La combinación de moral y trasgresión

La trasgresión, para Lanata, toma la forma de la mezcla: el periodismo, el humor, el programa infantil y las series estadísticas, entre otros componentes, son superpuestos en una coctelera frenética que produce muy eficientes simulacros de verdad. Es decir: no ya la aproximación a lo verdadero sino a lo que se le parece. Se sabe: lo más lejano a la verdad suele tener la forma de lo que más se parece a la verdad.

En ese estilo, Lanata ha inventado un producto imprescindible para un sector del sistema político, económico y mediático de la Argentina: la producción en serie de frases de impacto para quitarle reputación a una parte de la dirigencia.

Desde hace años, ha puesto su eficaz mezcla de géneros al servicio de los que creen que el problema de la Argentina es su déficit moral.

Por eso, Lanata practica una combinación exitosa: la reposición de la moral perdida a través de formas televisivas trasgresoras. Es un predicador que ha mezclado la homilía con el teatro de revistas. Por eso, pronuncia el sermón del soborno desde el altar de las venas abiertas de Miami Beach. Hace tiempo, utiliza una fórmula muy similar a la que Carrió usa en la política. Pero mientras Lanata ha hecho el recorrido desde Rodolfo Walsh a Bernardo Neustadt, Carrió se ha desplazado desde Hannah Arendt a María Eugenia Vidal.

Una y otra vez la trasgresión del conductor no tiene límites: desafía, por ejemplo, reglas televisivas elementales. Nicolás Wiñazki, el discípulo aventajado, habla con una especie de lenguaje introspectivo que suena hacia adentro suyo y genera en la pantalla una permanente incertidumbre de sentido. También hay en él una circularidad: el sonido que sale de su boca vuelve hacia ella en una especie de murmullo gutural que, sin embargo, tiene pretensión de eficacia comunicacional. Esa autoestima asombrosa exige, del otro lado, televidentes especialmente devotos: es decir, televidentes que quieran  escuchar lo que no se escucha. Lanata es, entre muchas otras cosas, un cruzado contra las más básicas reglas de la foniatría.

La mezcla de géneros

Pero volvamos a la mezcla de géneros. Entre estos hay procesos de intercambio: todo lo que sucede en las distintas secciones del programa es traducido a un equivalente general que es el humor. La narrativa de PPT es una progresión de intervenciones en las que se superponen pequeñas editoriales con pequeños chistes. Nuevamente aparece una combinación: en este caso, entre la opinión política y las formas humorísticas.

Ello explica por qué las intervenciones de Lanata no producen en su audiencia reflexión sino risas reales o grabadas. De este modo, PPT es una fábrica televisiva de memes.

La sección “Soldaditos”, por ejemplo, es la máxima traducción entre géneros: los hechos periodísticos de la semana y sus protagonistas reducidos a muñequitos esparcidos sobre una mesa. Por supuesto, se trata de transposiciones que contienen en su interior micros editorializaciones. Estamos ante una especie de nano periodismo con figuras de plástico que representan en sus propias imágenes opiniones políticas. La Vicepresidenta es la muñeca más grande (la que muestra más poder y la más amenazante), Máximo Kirchner el que más creció entre un programa y el siguiente; María Eugenia Vidal, la que tiene la imagen de una santa.

Son caricaturas de plástico que le permiten al conductor producir una aleación corrosiva con la cual destituir la política a través del ejercicio de lo burlesco.

Como si se tratara de una hoguera televisiva, la audiencia del programa es convocada a divertirse ante el cadalso donde purgan sus culpas los dirigentes gubernamentales. La degradación de los políticos toma las formas de un espectáculo audiovisual: en él, se ofrece la televisación del castigo contra los que consideran los exponentes de la tragedia argentina. De paso, le ofrecen a los verdaderos responsables de la crisis del país –los dirigentes de Juntos para el Cambio o los de la Asociación Empresaria Argentina-  transformarse en invisibles: la creación de la culpabilidad de una parte de la dirigencia política es simultánea a la creación de la impunidad de la otra parte. Lanata es el gran sacerdote mediático que distribuye regresivamente la culpa nacional.