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Columnistas

Los testículos del león, o el fin de la gestión de Guzmán

Menos mal que no pasa nada, que no hay una pandemia que ya causó 63 mil muertos y tiene el sistema de salud al límite y a la población al borde del colapso mental. Por suerte somos una máquina de crecer, generar empleo y sacar gente de la pobreza gracias a que la inflación está controlada mientras el peso es una moneda fuerte en la que todos queremos poner los ahorros y nos llueve financiamiento para hacer frente a la emergencia.

De lo contrario, los increíbles problemas que tiene el Gobierno para tomar decisiones serían un dramón porque volverían más grave todos los quilombos en los que estamos metidos hace años y a los que el coronavirus vino a pasarles resaltador como si fuera el pibe que recién arranca la facultad y subraya todo.

Ustedes estaban muy ocupados el viernes en ver qué nuevas restricciones anunciaban los distintos niveles de gobierno ante la segunda ola, pero mientras tanto nada menos que el ministro de Economía de un país como el nuestro, Martin Guzmán, ponía a prueba su respaldo político dentro de la coalición de gobierno para ver basicamente si tiene la manija de la gestión o si se va a su casa. Trancu.

Chupala, Borgen

Danés, no lo entenderías, así que te lo resumo: Guzmán quiso desplazar a un funcionario de tercera línea que está bajo su órbita, el subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, porque disienten en cuánto hay que subir las tarifas de los servicios públicos y por ende en cuánto tienen que ser los subsidios para compensar a las empresas, y también porque en distintas apariciones públicas el subordinado casi que le pasó el miembro por la cara a su jefe al decirle que “a veces la gestión es frustrante y hay que seguir adelante”, una forma cool de mandarlo al psicólogo.

El tema es que Basualdo no es cualquier funcionario. Como explica el periodista especializado en energía, Nicolas Gandini, es un orgánico de La Cámpora y responde directamente al titular del bloque oficialista en la Cámara de Diputados, Maximo Kirchner. Llamarlo y decirle “te vas” es hacerle cosquillas en los testículos al león en términos de cómo funciona el Frente de Todos como coalición de gobierno, donde hay una regla: tener un cargo no significa tener poder. Quedó establecida en el origen, cuando fue la vicepresidenta, Cristina Kirchner, la que designó al luego presidente, Alberto Fernandez.

Llamarlo y decirle “te vas” es hacerle cosquillas en los testículos al león en términos de cómo funciona el Frente de Todos.

Por eso, la comunicación en off the record de la mañana del viernes en la que voceros del propio ministro y del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, decían que “el Gobierno” le había pedido la renuncia al funcionario fue desmentida en otro WhatsApp informal por portavoces del Instituto Patria, la usina de pensamiento con sello Kirchner, en el que se decía con mayúsculas que “NUNCA EXISTIÓ EL PEDIDO DE RENUNCIA”. Porque el que manda se ve que escribe más fuerte.

Desde entonces, hubo un ida y vuelta más digno del Pepe Basualdo que del ahora más conocido Federico. Que Guzmán no se mueve y está esperando que se vaya el subsecretario porque lo acordó con Presidencia. Que la Casa Rosada dice que no se va, que se queda. Que Cristina “le hizo la cruz” al ministro porque “se hizo el pillo” y porque acá nadie echa a nadie por los medios. Que todo fue un invento de los periodistas o una operación de las empresas o de Economía.

Hay más. Que, otra vez, el Presidente banca a Guzmán y que por eso se publicó ayer en el Boletín Oficial el aumento del 9% en las boletas de luz. Que Basualdo sigue pero que la política la va a imponer el ministro como quiere, con dos aumentos en el año de un 15% en total y con segmentación para cobrarles más a los que más tienen. Que en realidad Basualdo se va a ir pero más adelante. Que Guzmán está masticando todo esto y que en algún punto analiza si el que puede seguir así es él. “Mientras tenga respaldo político, voy a ser ministro de Economía”, dijo esta semana ante su círculo íntimo. Momento delicado.

La misma piedra

Hay una torta de mil hojas de temas importantes debajo de toda esta crema (párrafo aparte para el hambre que tenía el periodista). Una capa gorda es de preguntas sobre el rumbo económico de un gobierno que asumió tras la debacle del macrismo y se encontró con una pandemia pero que antes supuestamente traía el aprendizaje de los errores autogenerados durante las versiones anteriores del kirchnerismo. En realidad, estaba el interrogante de si el espacio había masticado de alguna manera su eterno trauma en el manejo de la energía, así como uno se preguntaría lo mismo pero en el otro extremo respecto de Cambiemos y su vocación por los tarifazos.

Para una parte del oficialismo, congelar o aumentar muy poco el precio de la luz y el gas y subsidiar hasta a las piletas climatizadas de los countries fue un talón de Aquiles en los gobiernos de Nestor y sobre todo Cristina Kirchner, que derivó en sangría de divisas para importar combustibles y compró muchos de los problemas que vinieron después, como la falta de dólares que derivó en el cepo y así, todo un camino que no querrían volver a recorrer. Es el club de los que leyeron “Los tres kirchnerismos”, del ministro de Desarrollo Productivo, Matias Kulfas, que a propósito, tuvo a su cargo el área de Energía hasta septiembre de 2020, cuando vio que no podía avanzar con nada y la entregó en bandeja al Ministerio de Economía.

Guzmán comparte que hay un desmanejo creciente que le complica todos los planes. Con sutileza desliza que no están cumpliendo lo pautado en el Presupuesto “que votó el Congreso”. Es decir, el Senado. Es decir, que aprobó Cristina. Pasados cuatro meses del año, ya les dijo a todos los que lo quieren escuchar en el Frente de Todos que está gastando lo mismo en subsidios que en obra pública y que es una locura. Por izquierda, arguye que cada peso que va a subsidios podría ir a más infraestructura, un sector que demanda empleo de baja calificación, clave para combatir la pobreza. Además, subraya que podría segmentarse el incremento por poder adquisitivo si en las áreas correspondientes hubieran laburado más en el tema, y ahí es donde apunta a Basualdo por “inacción”. Por derecha, bordea la herejía: dice que no ajustar las tarifas requiere más emisión y que eso termina en la brecha cambiaria.

Por izquierda, Guzmán arguye que cada peso que va a subsidios podría ir a más infraestructura.

Lo que vuelve más irritante la zona baja del león donde puso los dedos el ministro es que además “la Jefa” tiene, según los que hablan con ella, una obsesión con la energía, un sector al que considera estratégico. Desde el día uno de la presidencia de Alberto, ocupó con propios los puestos para influir ya sea en el manejo de la caja de YPF, ya sea en la revisión de los contratos de las distribuidoras de gas y electricidad de la zona metropolitana. Es desde allí, entiende, donde además de acumular poder se puede hacer de la tarifa barata una política de impulso al consumo y de defensa de los derechos sociales, como suele explicar Federico Bernal, el interventor del Enargas, una especie de Basualdo gaseoso, que también desafía a Guzman con frases como que la política energética no debe estar pensada para reducir el déficit fiscal. Junto a Basualdo, cree que hay una promesa electoral básica: no hacer macrismo tarifario.

¿El diez?

Termine como termine la novela energética, se inaugura una etapa de misterio y suspenso en la gestión económica que le suma presión a un escenario de pobreza infantil en el 60%, con inflación de alimentos por las nubes y el dólar blue amenazando con despertarse. Siga o no Basualdo, imponga o no su mirada el ministro Guzman, ¿quién podría asegurar que el titular del Palacio de Hacienda pisa en firme de cara al futuro en una alianza oficialista  que construye consensos con la solidez de un flan y bajo los designios de un verticalismo de suplentes que siempre parece que van a dejarle el lugar a los titulares? Las mismas dudas trepan y le caben también al mismísimo Presidente, y ahí es para toda otra nota.

Cuando había cerrado con los acreedores, cuando había frenado la corrida cambiaria y había bajado el dólar paralelo de casi $ 200 a $ 140, Guzmán hasta había logrado imponer un Presupuesto de ajuste fiscal achurando los gastos Covid porque pensaba que 2021 sería más el show de la vacuna y la reactivación que el del miedo y las nuevas cepas. Era fines de diciembre y el ministro incluso anunciaba arreglos en Barracas Juniors, bajo el programa “Clubes en obra”. Jugó un picado y al final estaba tan arriba que hasta le puso su nombre a un mural homenaje al recién fallecido Diego Armando Maradona, como se ve en la foto que acompaña la nota.

Eran días donde en el gabinete decían “denle la pelota siempre al diez”, aludiendo también a que la mueve jugando al fútbol. Asomaba como el Danilo Astori del Frente de Todos. La versión argentina del ministro de Economía del Frente Amplio uruguayo, que podía ser puteado por fiscalista -el centro Cifra midió que el gasto público en el primer trimestre está igual que el del primer trimestre de 2019- pero que a su vez garantizaba la búsqueda de un sendero de progresismo con estabilidad, el objetivo más revolucionario que puede tener un proyecto en la Argentina de las crisis permanentes que fabrican pobres.

“Tranquilizar la economía”, “ordenar la macro”, resumió siempre Guzmán el fin último de su gestión. Una apuesta que lo puede llevar lisa y llanamente a algo parecido pero distinto: el fin de su gestión.