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Columnistas

Nuestro diario del año de la peste

Por Diego Rojas

¿Pero qué es este momento extraño -que bordea vida y muerte- y que lleva a los hombres y mujeres al encierro? Nos lo venimos preguntando desde hace un año ya, y en todos los países del mundo. Es la pandemia, es la peste. No es la primera vez que ocurre. De manera cíclica hay virus que asolan a las poblaciones, que las someten al pavor. ¿Y sus cronistas? Habrá varios, seguramente. Un precursor fue Daniel Defoe.

El martes pasado mi padre fue vacunado con la Sputnik, en la Rural. Habíamos quedado en que lo acompañaría pero debo admitir que me quedé dormido mientras a las ocho de la mañana le inyectaban en el brazo la certeza química de que vivirá muchos años más. Es cierto que sentí culpa por mi ausencia durante el gran acontecimiento, pero cuando me despertó contándome que estaba vacunado le prometí una rica comida por la noche para celebrar. Le hice unos ravioles con salsa de champignones, que cociné cada vez con mayor alegría. La certidumbre de la vacunación de mi padre iba momento a momento convirtiéndose en raptos cada vez más grandes de felicidad. Brindamos con limonada con menta y jengibre. Parece ser conveniente no tomar alcohol durante las primeras cuarenta y ocho horas luego de la vacunación.

Leí el libro en la colección Robin Hood, de tapas amarillas. La próxima obra de Defoe que leí tenía tapas grises. Se llamaba Diario del año de la peste.

Daniel Defoe fue no solamente un gran escritor, sino un hombre político que tenía la determinación de intervenir en los asuntos de su tiempo. Un tiempo de cambios: además de la transformación de las relaciones sociales que originarían la revolución industrial y al capitalismo, la irrupción de la república y el fin de la monarquía absolutista eran su correlato político. Defoe sería un testigo privilegiado de esos tiempos que siguen marcando un ritmo en nuestra sociedad.

Habíamos quedado en que acompañaría a mi padre pero me quedé dormido mientras a las ocho de la mañana le inyectaban en el brazo la certeza química de que vivirá muchos años más.

También sería un escritor que calaría hondo en el imaginario cultural. Robinson Crusoe o, título verdadero, La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, de York, marinero, quien vivió veintiocho años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio, en el cual todos los hombres murieron menos él. Con una explicación de cómo al final fue insólitamente liberado por piratas. Escrito por él mismo, que Defoe publicó en 1719, relata las peripecias de un náufrago en el Caribe que pasa casi tres décadas en soledad, interactúa con la población indígena, tiene un loro y se hace amigo de un originario a quien llama, debido al día en que lo conoció, Viernes. Leí el libro en la colección Robin Hood, de tapas amarillas, un libro usado que quién sabe qué niño estará disfrutando hoy. La próxima obra de Defoe que leí tenía tapas grises. Se llamaba Diario del año de la peste

Mi madre no se inscribió. Ella les creyó a las Canosas de la vida y superando los setenta años no se inscribió para recibir la vacuna. Se lo pedí de rodillas. No accedió. Aquella linda idea que teníamos cuando comenzaron los blogs y las redes sociales (cada persona es un medio) se convirtió en la pesadilla de las fake news, de la manipulación, de la indolencia.

Mi madre les creyó a las Canosas de la vida y superando los setenta años no se inscribió para recibir la vacuna. Se lo pedí de rodillas.

Las fiestas clandestinas al culminar el medioevo eran más divertidas. Lean, si no: “Que todas las representaciones teatrales, juegos con osos encadenados, canto de baladas, luchas con escudos, o tales causantes de reuniones sean completamente prohibidos, y las partes ofensoras severamente castigadas por los concejales de sus distritos”. Esto cuenta Defoe sobre la peste negra del año 1665. La peste bubónica, transmitida por los roedores que desde entonces provocan un miedo atávico. Un poco menos que el murciélago de la China. Les recomiendo que lean este diario, probablemente basado en los diarios del tío de su autor. Yo tal vez protestaría si no me permitieran jugar con osos encadenados.

Todo gran acontecimiento social debe atravesar el tamiz del ojo personal del escritor, del artista.

Pensar la muerte de manera colectiva es un acontecimiento histórico y tendrá consecuencias. Los niños, mañana adultos, recordarán estos hechos. Pero todo gran acontecimiento social debe atravesar el tamiz del ojo personal del escritor, del artista. No soy ni uno, ni otro, pero recuerdo que el año pasado, cuando debía tener un trasplante de órganos, no pudimos tener un donante ya que no había accidentes en la Panamericana que brindaran cuerpos vivos para extraer órganos y trasplantar. Entonces, mi deseo de este año de la peste es que su fin redunde en más accidentes automovilísticos. Amén.

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