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Sociedad

El fenómeno Tomás Rebord: "Si Nietzche mató a Dios, yo quiero crearlo"

Hace (¿es?) el personaje de un tipo creído, pero triste. Sus entrevistas tienen cientos de miles de reproducciones. Cómo se "desgorilizó". Y por qué el "rebordismo" también es militancia.

En la noche de octubre más calurosa de los últimos 60 años en la Ciudad de Buenos Aires, en un galpón donde solo funcionaba un ventilador, un pelado levantaba un cuadro de Perón en medio de una multitud estruendosa. Dirigía, rodeado de su núcleo duro, un enorme coro extemporáneo: cientos de jóvenes que le cantaban a los gritos su lealtad al General. Enterita, cantaban la marcha. 

La música paró, la situación se puso confusa, los gritos siguieron. ¿Se canta o no se canta la estrofa que le agregó el kirchnerismo? Finalmente, y ya con menos entusiasmo, se pudo escuchar: “Con el fusil en la mano/ y Evita en el corazón/ Montoneros Patria o Muerte/ para la liberación”. 

El pelado del centro, que al final ya no cantaba, venía de dar una larga charla, un poco más de tres horas. Los 200 o 300 pibes y pibas que lo escuchaban estaban en sillas o parados, y en la barra se vendía birra, fernet con coca y, cómo no, choripán. Fue una de las muchas reuniones que organizó Tomás Rebord con el objetivo de Hacer a la Argentina Grande Otra Vez (HAGOV) luego de la derrota del peronismo en las PASO del 2021. Poco después, el llamativo personaje comenzó a realizar el Método Rebord, un ciclo de entrevistas de más de una hora a personajes que van desde Ofelia Fernández a Carlos Maslatón, pasando por Guillermo Moreno, y tiene cientos de miles de reproducciones en YouTube

— ¿Por qué creés que se genera este fenómeno alrededor tuyo, que se junta tanta gente? 

—Toda la vida tuve como pequeñas muestras de lo que hoy está pasando a gran escala, lo que en algún punto me viene a favor. Mis amigos de la secundaria me dicen que hablo igual en la radio o en las charlas que como hablaba en el recreo. Mi personalidad, mi narrativa, los elementos con los que juego, son exactamente los mismos que tenía en el jardín de infantes. 

Mi personalidad, mi narrativa, los elementos con los que juego son exactamente los mismos que tenía en el jardín de infantes. 

—¿A qué elementos te referís? 

—Siempre jodo con este tipo de personaje: un tipo fundido, creído, pero triste. Medio East Bound and Down, un humor tipo Danny McBride, una suerte de autopercepción de éxito fuera de contexto. Mi chiste siempre fue creérmela, me divierte que eso generó un lindo colchón, me la creía antes de tener ningún tipo de repercusión, en abstracto, y de repente tengo un público que se parecía a eso que imaginaba. Conjuré tanto ese tipo de humor, de la cosa más sectaria, de culto, de líder, porque me da risa, y me terminé transformando en algo de eso. 

— ¿Eras medio un Chaplin en El gran dictador que se transformó en Hitler? 

—Bueno, esperemos que no. Aunque eso ya incluye su propia tragedia. Pero hay algo de que yo jodo con las cosas a las que le temo. Es una fórmula familiar. Vengo de una familia de locos y suicidas, pero si tiene un recurso muy útil como forma de supervivencia, es el humor como forma de exorcizar lo que les pasaba. Lo que a mí me avergüenza lo pongo en primer plano. Todo lo que pasa ahora, que me pone contento y feliz, sé que no es para siempre, que son ciclos. Entonces me da risa joder con el ocaso, la caída en desgracia, me encantan esas historias: creérsela, crecer, y ponérsela, el exilio y la redención.

Ya me la creía antes de tener ningún tipo de repercusión.

—¿Cómo es tu familia? 

—Toda mi familia es increíblemente graciosa, y ellos hicieron de la tragedia el humor. Venimos de dos escuelas. La materna, de mi abuelo, que es tana, loca, pasional, pero cargada de norte y valores. Soy un convencido de tener la vehemencia y la pasión de mi rama materna, y la racionalidad de mi rama paterna. Además, del lado de mi abuelo, de mi vieja, hay una poderosa obsesión con la trascendencia. A los 12 mi vieja me dio El hombre mediocre, de José Ingenieros, y me empezaron a pasar la biblioteca familiar. 

—¿Cómo es eso de la obsesión con la trascendencia? 

—Desde chiquito, me obsesioné con la idea de servir a un ideal, y decidí que quería trascenderme a mí mismo. Una cosa medio Aquiles, de tener un eco en la eternidad. Fue cambiando el instrumento, se fue acotando, pero siempre las ganas fue de residir en otros, hacer algo que conmueva. Después encontré la política, y dije "es esto", es la herramienta última, porque es humanidad concentrada. No hay nada más holístico al hombre que organizarse con otros hombres para transformar la realidad: es la forma más elevada de las artes, del entretenimiento. 

—Sospecho que fuiste trosko. 

—Nunca orgánicamente. Vengo de una familia donde no había política. Pero yo me acuerdo mucho de la campaña de Obama, Hope, gran campaña. En ese momento me di cuenta de que me interesaba, pero no sabía nada de política. Mi primera certeza era participar. Primero entré a un local radical. Después me empiezo a politizar, con el CBC agarro textos de Marx, cosas así. Mi viejo era muy gorila, muy tradicional, de clase media aspiracional. Entonces yo leía Clarín, La Nación, textos de izquierda, y la suma te da trosko. Tenía una idea rebelde y de derecha, ergo, gorila. Y siempre con mucha certeza, tipo ya está: leí tres notas, ya sé lo que hay que hacer. 

Leía Clarín, La Nación, textos de izquierda, y la suma te da trosko.

—¿Y cómo llegaste al peronismo? 

—Fue un proceso largo. Lo primero que me pasó fue que vi un poster, había una Latinoamérica invertida con Chávez, todo rojo. Y dije, esto es buenísimo. Lo vi a Chávez hablar y digo "MÍSTICA". ¿Qué es este gordo mágico que se pone a hablar y todos se cagan de risa? En ese momento dije "no sé qué es, pero yo soy eso". Ahí me sumé a La Mella, la organización que dirige Itaí Hagman, que me permitió desgorilizarme. Después me fui, fue una ruptura muy dura, y terminé en Nuevo Encuentro. Hoy ellos la tienen adentro, porque terminaron todos militando en el peronismo. Con el tiempo también me fui de Nuevo Encuentro.

—¿El "rebordismo", lo que se produce alrededor de tu personaje y tus productos, puede derivar en militancia? 

Es una forma de militancia, en tanto provee a gente de lugar de pertenencia, que se encuentra en estos productos y sistema de consumo y de ideas. Y, al mismo tiempo, por más que hoy hago un esfuerzo adrede para no darle orgánica, indudablemente tiene una visión de mundo, tiene su norte, sus valores. Entonces es desorganizada, es errática, porque no voy a adelantarme a algo que no tiene ningún sentido. Después tengo mis participaciones en otros espacios. 

Los gloriosos años 20

Rebord afirma que, con sus productos, él está realizando una búsqueda generacional y cultural. “Me interesa la cultura -expresó- en términos de Kusch, como táctica de permanencia. La cultura no es necesariamente Víctor Heredia cerrando un acto de la CTA por decimoséptima vez, la cultura es quedarnos con Malvinas. ¿Qué táctica tenés para recuperar Malvinas? Capaz es generar productos de calidad que hagan que esa gente quiera ser más argentina que inglesa. Quiero hacer productos que interpelen, que narren nuestra generación, que cuenten lo que somos”. 

La cultura no es solo Víctor Heredia cerrando un acto de la CTA por decimoséptima vez: la cultura es quedarnos con Malvinas.

—¿Qué significa eso? 

—Venimos de un tiempo de ruptura: de malos, buenos, cancelados, no cancelados, que para mí tuvo mucho que ver con una reacción al macrismo, un proceso de defensa, y hoy estamos en un proceso cultural de síntesis. Por eso tanta gente, que quiere que el mundo se adapte a su mirada en vez de adaptar su mirada al mundo, queda en offside. Hay mucha gente que le exige al mundo que se ajuste a sus categorías de análisis, en vez de ajustarlas al mundo: no es otra cosa que miedo. 

Se viralizó mucho el año pasado, cuando dije “¿cómo le vas a tener miedo a Milei?”. A mí no me representa una poronga Milei, pero la peor forma de combatir un fenómeno político es prohibiéndolo, conjurándolo, como Larreta prohibiendo el lenguaje inclusivo. Es muy cómodo decir que algo es malo, pero no le importa a nadie. Es una versión sarmientina moderna, de querer ajustar la cabeza al sombrero en vez del sombrero a la cabeza. Si la realidad cambia, es una invitación a cambiar tus herramientas de interpretación y, en todo caso, combatirlo. Cuando la gente le exige al mundo que se ajuste a ella, el mundo la pasa por encima. 

—¿Dónde ves esas actitudes? 

—En todos lados, es transversal. Me parece ineficaz y tortuoso vivir la vida así. Son los refutadores de leyendas, como dice Dolina, que es un gran prisma de vida. La gente enojada con las cosas, están en su derecho... pero en todo lugar donde haya disfrute hay algo sagrado. Es la figura del crítico de cine, que habita la cultura mediante señalar lo verga que es todo. Tampoco es ir como un pelotudo feliz diciendo qué lindo que es todo, pero qué raro elegir erigirse sobre lo que no te gusta, cuando hay tanto por disfrutar. 

Quien narra es un hechicero, un mago, como dice Alan Moore, porque crea mundos.

“A mí me gustaría ser una energía cohesiva, no rupturista, no separadora”, comentó Rebord. Y contó: “A mí me bardean mucho por reírme con libertarios, por el programa que hice con Maslatón. Me dicen que lo legitimo, que le doy cauce a ideas de mierda, pero yo odio ese pensamiento”. Siguió: “El que piensa eso es un subestimador serial. No solo cree que Maslatón no existe por sí mismo, sino que yo lo hago existir, sino que creen que a la gente los discursos la engañan, o la manipulan, como si no pudieran decidir por sí mismos”. Sobre los libertarios, destacó: “Ellos existen por su cuenta, y tenemos que dialogar, entenderlos: sirve más eso”. 

“La correcta interpretación de cada etapa, y la narrativa con la que lo acompañás, te dan un poder enorme”, añadió. Para el creador de El Método, “quien narra es un hechicero, un mago, como dice Alan Moore, porque crea mundos”. Y definió: “Los gloriosos años 20 son otra cosa que el kirchnerismo, otros signos culturales. Nuestra generación es una cultura de síntesis, de metalenguaje, multiversal, local y universal. Va rápido, es caótica, no se entiende”. 

Dios y el arte

Para terminar, le pregunté por algún libro, serie o consumo cultural que quisiera recomendar. Esto desató una llamativa digresión sobre el arte. “Quien tiene por qué vivir soporta cualquier cómo. Todos buscamos nuestro sentido... yo busco por qué creo que todo esto tiene sentido”, comenzó. “Me gusta mucho la reflexión existencialista -siguió-, ponerme a pensar qué carajo somos es lo más lindo y lo más poderoso que hay. No tenemos ninguna certeza de nada, solo presunciones. Nadie sabe qué siente el otro cuando decimos ´amor´”. 

Por lo tanto, desarrolló, “el arte es el gran humanizador, es crear algo que nos hace conectar con otra persona”. Para Rebord, “la política es un arte”. Y contó: “Me obsesiona la idea de la obra maestra, de crear algo que resista el paso del tiempo. Si Nietzche mató a Dios, yo quiero crear un Dios. Y la obra perfecta es Dios”. Añadió que “crear a Dios es tener un impacto, es poderoso, es residir en otros, es existir. Y eso es lo más poderoso que hay”. 

Cada vez que escribo algo, lo leo y me parece una mierda: esto mismo, cuando lo lea, me va a parece malísimo.

Sin embargo, explicó: “No me da aún la espalda para hacerlo, no he hecho aún aquello por lo que seré recordado”. “Fantaseo mucho -narró el extraño peronista- con escribir un libro, pero cada vez que escribo algo, lo leo y me parece una mierda: esto mismo cuando lo lea me va a parece malísimo. Pero respeto mucho a la gente que intentó alcanzar el infinito”, manifestó, y recién con esa aclaración final quiso dejar sus recomendaciones. 

—Entonces, ¿qué querías recomendar?

—La primera es Dune, de Jodorowsky, el documental sobre la película que él intentó hacer y no hizo. Dune es una obra, un libro, imposible de adaptar. El documental se llama Jodorowsky's Dune, hay que mirarlo con cinturón porque ascendés. El intento de crear un infinito, de crear a Dios. Es increíblemente poético porque no lo puede hacer, es tendencial al infinito, no podés llegar. Y el segundo es The mindscape, de Alan Moore. Tiene unos niveles de ciencia.. es para ver con cinturón y paciencia: dura una hora y media pero toma ocho horas verlo. Necesitás frenar y decir "¿quién soy ahora'" cada veinte minutos, y te termina descomponiendo completamente. 

“Mi sueño -expresó- sería pertenecer a algo del género de lo que admiro”. Declaró: “Mi frase favorita de San Martín es ‘No he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos’. No solo se merece el amor, sino también el desprecio. Me pone la piel de gallina. “Eso -concluyó- es lo que me gustaría alguna vez: merecer el desprecio de los ingratos”. 

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